dissabte, 27 de juliol del 2013

La lechuza ha emprendido por fin el vuelo

Queridos lectores,

A pesar de que la publicación del ensayo, por cuestiones que no estaba en mi mano resolver, se ha diferido más de lo que me figuraba cuando la anuncié, a partir de hoy está ya disponible en el siguiente enlace:

Por ahora, sólo se puede comprar el libro en la librería virtual online. Les recuerdo que, quienes lo adquieran en papel, podrán descargárselo gratuitamente en versión digital (PDF o ePUB) desde el enlace que les será enviado a su correo electrónico al formalizar la compra. Asimismo, es interesante tener en cuenta el ahorro en portes que supone adquirir cinco o más ejemplares. Si puede ponerse de acuerdo con otros compradores, todos saldrán ganando.
La lechuza ha sido el símbolo de la filosofía desde que Palas Atenea la eligiera como mascota. Hegel escribió, en el Prefacio de los Fundamentos de la filosofía del derecho, que «la lechuza de Minerva levanta el vuelo al atardecer», porque la filosofía sólo puede dar razón de los hechos cuando se han consumado y la realidad se halla ya en un nuevo estadio de desarrollo en la historia. Sin embargo, las reflexiones filosóficas, lejos de ser inanes, sirven como vacuna para el futuro.
Por lo demás, remito a quienes quieran más información sobre el libro al artículo "Noticia acerca de la inminente publicación de mi ensayo" (23/06/13) en este mismo blog. Espero que lo disfruten y, si acaso les gusta y creen que merece la pena recomendarlo, ruego le den difusión.

Reciban un cordial saludo y mi sincero agradecimiento,


El autor

dijous, 25 de juliol del 2013

El inverosímil pero cierto viaje de la Dra. Khí-cuadrado

Entré a colaborar como becario en la Facultad de Medicina de Málaga en 2007 y permanecí allí por espacio de tres años mientras investigaba la plasticidad de las redes neuronales en los procesos cognitivos, el tema que trataba en mi tesis doctoral. Durante unos meses del segundo año, a causa de la metodología estadística que se había hecho precisa para manejar los torrentes de datos que arrojaban los resultados de mi investigación, tuve que frecuentar el departamento de Bioestadística que, entonces como ahora, se hallaba bajo la batuta de la Dra. Khí-cuadrado. Es reconocida en todo el mundo la calidad del trabajo de investigación y asesoramiento que allí se lleva a cabo, además de cumplir con creces con su cometido docente. Bueno, he dicho que la Dra. Khí-cuadrado llevaba y lleva el departamento, pero la verdad es que no me atrevería a afirmar ante un juez y bajo juramento que la profesora que hay ahora sea exactamente la misma persona que conocí cuando llegué, aunque ciertamente se le parece como una molécula de agua a otra. (Me gusta esta comparación desde que descubrí que en el universo no hay dos moléculas de H2O idénticas: y no sólo porque sean materialmente distintos los átomos que las forman, sino por el siempre distinto ángulo que describen los puentes de unión entre los dos átomos de hidrógeno y el de oxígeno en las tres dimensiones del espacio euclidiano. Hay infinitas posibilidades y, por tanto, incontables moléculas distintas. Para que sigamos diciendo, sin que nos tiemble la voz, que dos personas se parecen entre sí “como dos gotas de agua”. ¡Con la cantidad de moléculas diferentes entre sí que componen una sola gota de agua!).
A pesar de estar investigando en la especialidad de neurocirugía y de no ser especialmente ducho en matemáticas, mi acogida en el departamento fue muy buena y me sorprendió bastante que pudieran llevar a cabo su trabajo con tanta eficiencia, teniendo en cuenta los limitados recursos humanos y materiales con que contaban ─eso lo descubriría yo muy pronto porque en seguida tuve que echarles una mano. También me llamó la atención el carácter simpático y alegre de los dos estadísticos; siempre había pensado que los matemáticos eran gente ensimismada y arisca. Lo que encajaba como un guante en el tópico era el despiste que llevaba la jefa en lo alto. Cuando se concentraba a fondo en algo, diríase que el mundo desaparecía a su alrededor. Era capaz de aislarse de cualquier cosa, por importante que fuera. Se decía que en una ocasión había permanecido en el asiento del tren que la llevaba a Barcelona hasta llegar a París ─sin notar que el viaje se alargaba en demasía ni darse cuenta de que estaba atravesando toda Francia. También se contaba que había dejado olvidados tabletas, ordenadores y teléfonos móviles en los aeropuertos de medio mundo. A mí, la anécdota que más me fascinó fue la que cuenta que en una ocasión cenó sola en un restaurante donde se había citado porque se confundió con el establecimiento contiguo. Por supuesto, ella estaba convencida de que estaba en el sitio adecuado y el hecho de que en la carta constara otro nombre era debido a que el restaurante debía haberlo cambiado recientemente. Eso habría impedido a su compañero de cena encontrar el lugar y reunirse con ella (imagino que eso ocurriría antes de la era de los móviles, que es muchísimo más reciente de lo que pudiera parecer). Uno puede suponer que habrá mucha mitología en esas historias e incluso alguna que otra exageración, pero desde luego yo le vi hacer cosas rarísimas cuando estaba ensimismada.
Cuando yo me incorporé a la sección, la Dra. Khí-cuadrado estaba metida de lleno en una investigación terriblemente absorbente de la que nadie parecía saber mucho. Se pasaba hora tras hora, día tras día encerrada en su despacho, de donde sólo salía para dictar sus clases y, ya muy tarde por la noche, para marcharse a casa. Cuando alguna vez le pregunte de qué se trataba me contestaba con un ‘nada importante’ o ‘algo revolucionario’, según la fase creativa en que se encontrara. Una mañana, cuando llegué al departamento a eso de las 8.00, me sorprendió encontrar la puerta entornada y las luces encendidas. Parecía que no había nadie dentro, pero tuve la extraña sensación de que sí había alguien. Llamé en voz alta a la Dra. Khí-cuadrado y después al Dr. Figures, su compañero de departamento, pero nadie respondió a mi llamada. Miré en todos y cada uno de los despachos y salas, también en los baños; definitivamente, ahí no había nadie. Al poco, llegó el Dr. Figures ─cuya presencia me alivió─ y le conté lo sucedido. Se mostró sorprendido e intrigado y nos dirigimos juntos al despacho de la Dra. Khí-cuadrado. Estaba todo como si ella siguiera estando allí, trabajando, solo que no estaba. La luz del flexo iluminaba la mesa de trabajo, el calefactor estaba en marcha; el ordenador portátil, conectado a la pantalla grande de sobremesa y sus cosas permanecían esparcidas por la superficie de las dos mesas como acostumbraba a tenerlas cuando estaba trabajando. Diríase que sólo había pasado un mínimo lapso de tiempo desde que había salido ─o, mejor dicho, desaparecido de su puesto. Ni siquiera había entrado en reposo todavía la pantalla del ordenador, como de hecho sí hizo al cabo de unos minutos. Coincidimos los dos en que no podía haber salido por la puerta ya que, de haberlo hecho, habría tropezado con nosotros. Tenía que haberse desvanecido o volatilizado… y eso era a todas luces imposible. En consecuencia, nos quedamos perplejos y sin saber qué decir ni qué pensar.
El Dr. Figures reanimó el ordenador y pudimos ver en pantalla lo que había estado haciendo hasta escasos instantes antes de llegar nosotros. Albergábamos la esperanza de que eso arrojara alguna luz sobre su desaparición súbita. Había estado programando en SPSS. Una larguísima ristra de complejas instrucciones que incluso al Dr. Figures le estaba costando seguir. Por momentos, se le iluminaba la cara como si viera el sentido de todo aquel galimatías, pero al rato se ensombrecía de nuevo y se desesperaba. Finalmente, se dio por vencido. Se dio cuenta de que la Dra. Khí-cuadrado había desarrollado el programa mucho más allá de lo que sus diseñadores hubieran podido prever y le había añadido líneas de código que instruían nuevos e impensados algoritmos. ¿Con qué propósito? Era honesto admitir que no teníamos ni idea. Fuera lo que fuera lo que estaba desarrollando la Dra. Khí-cuadrado, se trataba de algo revolucionario. Pero no sospechábamos hasta qué punto.
Decidimos no decir nada y dejar que pasaran un cierto lapso de tiempo por si se tratara de una falsa alarma. Seguramente, la Dra. Khí-cuadrado acudiría más pronto que tarde a su despacho, del que debió salir precipitadamente por alguna urgencia fisiológica o por el cansancio acumulado después de una larga noche en vela. Su proverbial despiste explicaría que no hubiera cerrado el ordenador, las luces y, en fin, la puerta del departamento. Pero no se presentó en toda la mañana, ni tampoco por la tarde. El Dr. Figures le llamó al móvil y después incluso a casa, donde por aquél entonces vivía sola después de su divorcio. Nada. Cuando, al día siguiente a la desaparición, la Dra. Khí-cuadrado tampoco se presentó el Dr. Figures decidió dar cuenta a las autoridades de la universidad y éstas, que saben que no hay que hacerse el remolón cuando se trata de la integridad de los empleados de la institución, pusieron inmediatamente el caso en manos de la policía. Una hija de la Dra. Khí-cuadrado se extrañó de la búsqueda, puesto que habían tenido noticias suyas por la mañana a través del correo electrónico. A primera vista, su email era rutinario y no daba que pensar. El resto de la familia tampoco sospechó nada puesto que no acostumbraban a establecer contacto diario con ella. Que estuviera unos días sin dar señales de vida era corriente y lo esperable de una persona autónoma y con una vida plena de quehaceres y distracciones: el trabajo, la investigación, los amigos, el gimnasio, el despiste… Todo eso ocupa mucho tiempo y ninguna de esas instancias se alarma cuando no se ocupa de ella por unas horas o unos días.
Ante la intranquilidad generada por las indagaciones policiales y de la propia universidad, uno de los hijos decidió contactar con su madre. No lo consiguió por teléfono, así que le mandó un email esperando que lo viese y se lo contestara. Pasó el día y no hubo respuesta, hasta que de madrugada recibió un correo en el que le decía que estaba en Boston, Massachusetts (EE.UU.) colaborando en el Departamento de Investigación Láser del Massachusetts General Hospital (MGH), como venía haciendo con frecuencia cuatrianual desde seis años atrás. Lo sorprendente fue que le dijera que se había incorporado el día anterior a primera hora de la mañana. Aquello desconcertó al hijo hasta el punto que llamó al Dr. Figures para contrastar la información. ¿No se la echaba en falta precisamente desde ese mismo momento en la Facultad de Medicina de la UMA? Nadie tenía constancia de un viaje de la Dra. Khí-cuadrado a Boston en esas fechas, aunque era normal que los hiciera varias veces al año en razón de sus colaboraciones con el mencionado departamento. Mientras, los inspectores que llevaban el caso habían comprobado que nadie con el nombre de Dra. Khí-cuadrado constaba en ninguna lista de embarque de ninguna compañía aérea. No había podido coger en ningún aeropuerto español un vuelo interior ni uno al extranjero. Definitivamente, no podía estar en América el mismo día que desapareció de Málaga sin haber volado. Y no había volado o, por lo menos, no había pasado ninguna aduana ni control policial español ni estadounidense. Tampoco se nos ocurría cómo podía haber ido más rápidamente a los EE.UU que a bordo de un avión.
Cuando consiguieron hablar con ella por teléfono, se dieron cuenta de que sin duda estaba en Boston, en el despacho del Manager del MGH, a dónde afirmó haber llegado por una vía alternativa que no podía contar por teléfono. A su vuelta lo explicaría debidamente. Dado que no tenía ningún permiso para ausentarse de la universidad, la Rectora le advirtió que debía volver inmediatamente e incorporarse a sus funciones salvo que una fuerza mayor se lo impidiera. La cosa se había ido complicando a medida que pasaban las horas y amenazaba con originar un conflicto diplomático. El Departamento de Inmigración de los EE.UU. no se anda con chiquitas cuando se trata de una violación de sus fronteras. Sólo faltaría que ahora se descubriera una forma extraordinaria e indetectable de penetrar en territorio americano, como si no tuvieran bastante con los espaldas mojadas de Río Grande, los balseros del Caribe, los cargueros chinos de contenedores y el resto de vías ordinarias. Por su parte, las autoridades aeroportuarias y policiales de ambos países no se explicaban qué había podido fallar. Unos recelaban de los otros y los otros de los unos, puesto que nadie está dispuesto de suyo a reconocer las deficiencias del sistema ni a aceptar un error de procedimiento o una negligencia. Lo que estaba claro es que se trataba de un asunto muy grave que podía acarrear consecuencias no deseadas por ninguno de los gobiernos.
A las dos del mediodía del segundo día, contando desde la misteriosa desaparición, y al cabo de unos minutos de haber hablado por teléfono desde Boston con la Rectora, vimos salir a la Dra. Khí-cuadrado de su despacho en el Departamento de Bioestadística de la UMA luciendo su mejor sonrisa. Tan fresca como una rosa. Si aquello no era brujería, se le parecía bastante. ¿Cómo lo había conseguido? Eso es lo que había venido a contar al mundo desde Teatinos.
Pero lo primero era aclararlo todo con las autoridades de la Universidad de Málaga desplazadas a la Facultad de Medicina urgentemente. Tras escuchar con atención las explicaciones de la profesora de estadística y valorar con sumo cuidado la situación, la Junta de Gobierno de la UMA puso su gabinete jurídico a disposición de la Dra. Khí-cuadrado para que la representaran ante los tribunales por las posibles demandas del Ministerio del Interior, la Interpol y las autoridades del Departamento de Inmigración de los EUA. Por un lado, la UMA era consciente de que se había convertido en el foco de atención de los medios de comunicación de todo el mundo, lo cual podía ser bueno o malo en función del resultado de todo el asunto; por el otro, una reputada y eficiente empleada de la institución estaba en un brete y la universidad tenía la obligación de darle todo su apoyo. Eso sólo podía ser visto por el mundo mundial que permanecía a la expectativa como un acto de reconocimiento, confianza y gratitud. Aunque pudiera pensarse que lo más fácil sería desentenderse, por si acaso, nadie sabía con certeza cuál era la mejor opción. Sin embargo, no fue ése el planteamiento de la Junta. Se basaron más bien en la estricta racionalidad de las inverosímiles explicaciones de la Dra. Khí-cuadrado.
Por esta razón ─que la UMA había lúcidamente anticipado─, cuando la Dra. Khí-cuadrado ─en una conferencia de prensa que casi exigía la terrible presión de los grandes medios de comunicación─ dio cuenta del experimento en virtud del cual había viajado a través del Atlántico en un instante, a ninguna institución privada o pública, a ningún gobierno nacional o extranjero y a ningún particular de aquí o de allá le pareció oportuno interponer demanda alguna. Si llegara a confirmarse dicho experimento, ése sería sin duda el mayor avance de la ciencia por lo menos desde que fueran enunciadas la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica. Y mejor que se confirmara porque, si era desmentido, la Dra. Khí-cuadrado se revelaría como una maga, lo cual sería todavía más difícil de entender que la más abstrusa de las explicaciones científicas.
En esencia y omitiendo los largos desarrollos de programación matemática, lo que contó la Dra. Khí-cuadrado fue lo siguiente:
“La línea de investigación que he seguido se basaba en algunas ideas bien conocidas:
1.      La correlación metafísica entre las matemáticas y la realidad física que teorizaron los pitagóricos veintiséis siglos atrás. Una correlación que Descartes y Galileo empezaron a formular en el siglo XVII de nuestra era dando vida al mecanicismo de la Nueva Ciencia. No obstante, a pesar de lo mucho que han avanzado la física y las matemáticas desde entonces, todavía es largo el camino que nos queda por recorrer. No me atrevería a segmentar el proceso de avance pero, si tuviera que pronunciarme, apostaría a que no hemos recorrido ni una milésima parte del camino que hay que hacer para conocer los misterios de la naturaleza hasta el punto en que las matemáticas lo pueden permitir.
2.      La teoría especial de la relatividad, enunciada por Einstein en 1906. Esta bien conocida y no tan bien entendida teoría propone, entre otros postulados, que el espacio-tiempo no es un sistema de referencia absoluto, sino sólo relativo a la velocidad de la luz. La única constante universal y, en consecuencia, no sujeta a relatividad, es la velocidad que alcanza la luz en el vacío, que no es otra que la máxima velocidad que puede alcanzar cualquier móvil. Si pudiera irse más rápidamente, el rayo de luz lo haría sin duda. Variaría el guarismo que indica el valor de la velocidad, pero no el hecho de que la inercia imposibilita a cualquier móvil acelerar más allá de un tope, un máximo absoluto, un techo de cristal.
3.      La hipótesis de los saltos cuánticos de los electrones, defendida por Niels Bohr en 1911, según la cual un electrón pasa de un nivel de energía atómico a otro sin transitar por el espacio intermedio. Todo el mundo sabe lo que significa saltar, pero a nadie se le escapa que, cuando algo o alguien salta, lo hace de un punto A a un punto G pasando por todos los puntos intermedios B, C, D, E y F. Lo revolucionario e incomprensible de la hipótesis de Bohr (aún no comprobada empíricamente entonces pero bien establecida como teoría hoy en día) es que se pueda ir de A a G sin pasar por ningún punto intermedio.
4.      El principio de incertidumbre para la física de partículas enunciado por Werner Heisenberg en 1927, en el marco teórico de la Mecánica cuántica, según el cual no es posible conocer a la vez y con precisión la posición y el momento de una partícula subatómica. La ilustración más famosa del principio es ‘El experimento del gato cuántico’, ideado por Erwin Schrödinger. En el famosísimo experimento, se invita idealmente a un gato a entrar en una caja que contiene una serie de objetos dispuestos de tal manera que la posible emisión aleatoria de radiactividad por una fuente desencadene el mecanismo que conlleva la muerte del gato por envenenamiento. Es ocioso explicar aquí como funciona el mecanismo, puesto que es harto trivial. Lo único importante es que, mientras la caja que contiene todos los elementos y el gato esté herméticamente cerrada y lo que ocurra en su interior sea, por tanto, absolutamente desconocido para nadie, entonces el gato estará vivo y muerto simultáneamente. Sólo el conocimiento de la realidad por un sujeto la decide a manifestarse de una u otra forma.
5.      La teoría matemática del caos enunciada por Ilya Prigogine en el siglo XX. Se basa en el Principio de Incertidumbre y ha sido desarrollada desde entonces por numerosos matemáticos. Esta teoría considera el azar el verdadero factor clave en el desarrollo de la realidad. Dadas idénticas condiciones iniciales en un sistema de partículas en un momento t, no puede saberse cuál será el estado subsiguiente en el momento t1. Si no se puede saber, no es por falta de inteligencia de los sujetos de conocimiento, sino por la indeterminación del sistema. La tesis del gran matemático del s XVII Wilhelm Gottfried Leibniz sería la contraria: un cerebro omnisciente no tendría problemas para conocer el estado del sistema en cualquier momento, es decir, para tn. El problema es nuestro, no de la naturaleza, la cual, huelga decirlo, se maneja muy bien por sí sola.”
“Son puntos de partida diversos pero complementarios. En el fondo, sugieren que a) las matemáticas son el lenguaje en el que está escrito el gran libro del universo y debemos dominarlas si queremos desentrañar sus misterios (Galileo) y b) la rama de las matemáticas que sirve para representar los fenómenos de la mecánica cuántica es la estadística (Heisenberg).”
“Armada con estos ligeros bagajes─ dijo─ me propuse desarrollar un algoritmo que abriera la puerta del espacio-tiempo para permitir la teletransportación. O lo que es lo mismo, fundir la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad en un solo cuerpo teórico en virtud de la estadística. Tuve que partir de cero, puesto que ninguno de los grandes desarrolladores de la ciencia estadística la pensó nunca más que como una herramienta mecánica para resolver problemas, analizar tendencias, cuantificar variables cualitativas, etc. Yo, como Descartes en su momento, siempre había pensado que las matemáticas tenían que servir para un fin superior del conocimiento, no para un uso meramente mecánico. Sin embargo, mi pretensión era mucho más osada que la de Descartes. El sólo buscaba el método seguro para el desarrollo de la ciencia; yo buscaba la transformación de la realidad desde las matemáticas. Igual como esperamos, cuando introducimos cifras y operaciones en una computadora, que nos calcule el resultado, yo quería que la ejecución de una serie de comandos de programa resultara en un cambio en la realidad material. Y eso fue lo que logré en la madrugada del 2 de febrero de 2008.”
“Como comprenderán, los detalles técnicos no los haré públicos hasta que la UMA los haya patentado, puesto que el alcance de este descubrimiento podría por sí solo sacar a nuestro país de esta incipiente aunque amenazadora crisis. No es descabellado pensar que las consecuencias que mi descubrimiento puede tener para el progreso de la humanidad sean las mayores nunca halladas para sacar a toda nuestra especie de la indigencia. Es pronto para alborozarse, pero les puedo anticipar que la revolución de internet, con todo lo que está suponiendo, será un hito menor al lado de la teletransportación estadística.”
Después de aquellas explosivas declaraciones, se abrió un período de gran nerviosismo y expectación. Éramos conscientes que los servicios de inteligencia de las potencias intentarían obtener las líneas de código, por lo que el Centro de Cálculo montó un operativo de encriptación de datos y vigilancia electrónica de altísimo nivel. Un aparatoso incidente en un hotel de Ronda sugiere que hubiera podido haber un intento de secuestro de la Dra. Khí-cuadrado en el que habrían participado espías de Corea del Norte y de Irán sufragados con el petróleo de Chávez. Afortunadamente, la Policía Nacional y la Guardia Civil desbarataron la acción poniendo en fuga a los agentes secretos. El ministerio redobló la vigilancia e incluso la CIA puso a colaborar a un equipo de contraespionaje en la protección de la Dra. Khí-cuadrado. Evidentemente, sus simpatías por Obama ─que ya eran de órdago desde que hizo aparición en la escena internacional─ no hicieron sino crecer.
En unos meses, todo estuvo preparado para obtener la patente del invento. A la oficina de patentes de la Unión Europea (UE) no le importó en absoluto que la solicitud estuviera escrita en español, aunque no fuera una de las tres lenguas en que, según marcaba la normativa, debía presentarse el formulario. ¡Como si queríamos presentarla escrita en volapuk! Como es sabido, hoy en día diversos laboratorios han conseguido teletransportar objetos de no más de 100 g de masa a distancias todavía no superiores a los 100 m mediante la Tecnología Estadística de Teletransportación (TET) de la Dra. Khí-cuadrado. Aunque los avances son prometedores, las pruebas a gran escala no han tenido éxito todavía. No se sabe cómo lo consigue la Dra. Khí-cuadrado, pero es un hecho cierto que se mueve de un punto a otro del planeta ipso facto sin necesidad de transporte ordinario. Se especula con que algo en su estructura anatómica o incluso mental podría hacerla especialmente susceptible a la teletransportación. Pero eso son sólo suposiciones sin mucho fundamento científico. Alguien ha apuntado que el secreto podría estar en el agua, en la estructura molecular del agua. ¡Quién sabe!
Lo único que podemos afirmar es lo patentado por la Dra. Khí-cuadrado: existe la posibilidad de generar un campo electromagnético con un ordenador al uso que sea capaz de teletransportar un objeto por desintegración y reintegración estadística. La materia no viaja, igual como ya ocurría en el modelo de teletransportación estándar. Ahora bien, allá donde se reproducían estados cuánticos, es decir, donde había transporte de información sobre estados físicos de la materia, aquí sólo hay transporte de información sobre modelos estadísticos, es decir, matemáticos. Lo que se reconstruye en destino es solo el producto resultante de un modelo basado en un conjunto de algoritmos matemáticos que se ajusta a lo desintegrado con un porcentaje de error determinado y despreciable. No hay ni puede haber garantía de igualdad absoluta entre lo analizado y lo sintetizado, puesto que la teoría descarta la existencia de una posibilidad tal. Sin embargo, nadie ha podido distinguir entre la Dra. Khí-cuadrado antes y después de sus tránsitos de ida y vuelta entre materia e idea matemática. Ni siquiera sus allegados. De hecho, no hace mucho metió su iPad en el congelador mientras el caldo del cocido que había preparado para las Navidades se echaba a perder en su mesita de noche. Y cualquier día tendrá que regresar de nuevo desde París porque no se habrá acordado de bajarse en la parada que sea su destino por hallarse abducida por el trabajo en su PC. La Dra. Khí-cuadrado es así, con o sin deconstrucción estadística.
Bien, yo por mi parte acabé mi estancia en el departamento de Estadística ─de la cual guardo un imborrable recuerdo─ defendí con éxito mi tesis y hoy contribuyo a desarrollar mi especialidad con gran aceptación por parte del gremio. Por lo que se refiere a mi experiencia con la Dra. Khí-cuadrado, debo decir que hay algo inquietante en ella. No soy supersticioso ni creo en las explicaciones mágicas. Sin embargo, a mi juicio, no todo lo que hay ahí son matemáticas. Yo juraría que algún tipo de sutil hechizo explicaría el éxito de los experimentos en el cuerpo de la Dra. Khí-cuadrado y lo estaría vetando al común de los mortales. La ciencia nunca ha sido sólo ciencia. Si no lo creen, fíjense en dónde buscaba Sir Isaac Newton la respuesta a los misterios de la naturaleza que su genial física no podía penetrar: sí, en la magia, lo han adivinado.

diumenge, 23 de juny del 2013

Noticia acerca de la inminente publicación de mi ensayo

GIL VERNET, Jordi
La Mirada de la Lechuza. Un antídoto contra las crisis
Ed. Bubok (edición digital y en papel, 267 pág.)
Reus / Málaga, 2013
Esta recensión es un tanto especial para mí, puesto que se ocupa de un libro que yo he escrito. En los próximos días, va a ser publicado un ensayo que escribí entre finales de 2011 y principios de 2012. No ha visto la luz hasta ahora porque ninguna de las seis editoriales a las que lo ofrecí se animó a publicarlo. Cuatro se excusaron diciendo que tenían el catálogo cubierto para ese año y dos no contestaron. Según mi criterio de lector avezado a este género literario, la declinación no es debida necesariamente a posibles déficits en la calidad de la redacción, al escaso interés que pueda tener el tema elegido o a la inanidad de las reflexiones contenidas en el ensayo. A mi entender, la educada negativa se debería más bien a que, en estos momentos de aguda crisis en el sector de la edición, las perspectivas de negocio son nulas y las subvenciones públicas, inexistentes. Las grandes editoriales sólo se animan a publicar lo que consideran que no les va a acarrear la ruina segura, es decir, aquello que autores ya consagrados envían a las editoriales o que, llanamente, los editores les solicitan con urgencia. A eso se lo suele llamar criterios económicos o de mercado; no tengo nada que objetar al respecto.
Aunque no espero enriquecerme escribiendo, he de admitir que no me importaría demasiado porque así lograría rentabilizar una actividad que me gusta y a lo que dedico mucho tiempo. Debo confesar, además, que por unos meses pensé que algún sello se ofrecería a publicar mi libro. Sin embargo, no ha sido así. Como estoy persuadido de que mis reflexiones no son del todo banales, decidí actualizar algunos datos y publicar el ensayo por mi cuenta tras tenerlo un año en barrica de roble. Entre la panoplia de editoriales online, he elegido BUBOK porque, además de editar en formato papel y electrónico como otras, ofrece la posibilidad de confeccionar los ejemplares en papel a demanda, uno a uno si es preciso, y enviarlos al domicilio del comprador por un precio razonable. He escogido que aquellos que decidan adquirirlo en papel tengan a su disposición gratuitamente la versión digital. Espero que quienes lo compren queden satisfechos con el servicio tanto como con el objeto obtenido. En cuanto a su mérito, sólo leyéndolo podrán decidir si vale algo o no.

La Mirada de la Lechuza es una reflexión sobre la noción de crisis. Toma como punto de partida la actual crisis económica y sus nefastas consecuencias y se remonta al sentido etimológico griego del concepto ‘Krisis’ para encuadrarla. Después, se analizan otras crisis vigentes para relativizarla y permitir comprenderla mejor. Se trata de un ensayo filosófico en la medida en que se vale de la perspectiva general para situar cada uno de los casos analizados en el conjunto de la realidad, sin perder de vista que cada uno de ellos tiene sus propias características. El zoom filosófico acerca y aleja el objeto de análisis según se quiera considerar. Por otra parte, es un ensayo libre porque fluye tratando los temas según iban asomándose a mi mente, aunque su hilo conductor sea siempre el análisis de las crisis. La estructuración en apartados vino luego. A la vista de la extensión final del texto original, decidí podarlo. He dejado además fuera de esta edición una tercera parte dedicada a la crisis de la propia filosofía. En ningún momento se pierde de vista la dimensión moral de las crisis sociales, porque hablamos de hombres y mujeres que sienten y piensan, no de mesas o piedras. No se puede banalizar el holocausto judío, por ejemplo, como quien habla de dinamitar una montaña para construir un ferrocarril, a pesar de que así lo pretendiera Adolf Eichmann.
He procurado no ser demasiado prolijo y extenderme sólo en aquellos ejemplos que he considerado ilustrativos para mi propósito. He dividido el ensayo en dos partes. La primera se centra en las agudas crisis sociales de la actualidad: la familia, la educación, los valores, la religión y la política; y la segunda, en la enorme crisis del saber que ha sido inducida, al menos en parte, por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Si se tratara de una historia completa de las crisis del hombre, nos ocurriría algo parecido a lo que le pasó al puntilloso cartógrafo del relato de Borges, que acabó confeccionando los mapas a escala 1:1 para que cupieran todos los detalles. Si así fuera, no nos quedaría más remedio que relatar la historia entera de la humanidad.
Espero que la lectura de este ensayo resulte provechosa y sirva para comprender mejor que lo que estamos viviendo es la norma, no la excepción; y que a la mayoría de nuestros antepasados y aun contemporáneos les ha ido y les va todavía peor.

En cuanto esté disponible, lo publicitaré y pondré en este blog el enlace a la web de la editorial BUBOK, para que aquéllos que quieran leerlo puedan adquirirlo.

dimarts, 26 de febrer del 2013

Antonio MUÑOZ MOLINA toma el pulso a España


MUÑOZ MOLINA, Antonio
Todo lo que era sólido
Seix Barral (edición digital, 163 pág.)
Barcelona, 2013
Hacía ya tiempo que Muñoz Molina venía expresando en artículos y charlas su desazón por cómo ha degenerado la vida civil en España, por cómo actitudes que antes eran excepcionales ahora son la norma, por cómo nos hemos situado a la cabeza mundial en algunos logros poco recomendables mientras seguimos viajando en el furgón de cola en lo que verdaderamente importa; por cómo nuestra clase política ha depredado el país, por cómo los líderes autonómicos han levantado muros de ignorancia entre las regiones de una España en la que ya nadie parece sentirse a gusto… excepto los irredentos y trasnochados nacionalistas españoles.
Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) es una de las mejores plumas de la España actual. Ingresó en 1996, siendo jovencísimo para estos menesteres, en la Real Academia Española (RAE). Muñoz Molina describe en este ensayo el proceso por el cual España, en unos pocos años, ha pasado de ser el invitado de honor en el exclusivo club de los nuevos ricos a reingresar en el de los pobres de toda la vida. Hay que recordar que la España del franquismo estuvo en ese limbo de las naciones que se llamó ‘Países en vías de desarrollo’, círculo que sólo abandonamos por el empuje económico y democrático que supuso la entrada en la Unión europea (UE) en 1986. Pues bien, si siguen así las cosas, quizá volvamos a una pobreza que en realidad nunca dejamos del todo.

La idea de Muñoz Molina empezó a desarrollarse en 2011, cuando la crisis arreciaba ya de lo lindo, porque se asustó ante lo que publicaba la prensa internacional sobre nuestro país en particular la prensa de Nueva York, donde él se encontraba entonces y vive gran parte del año. Luego, en una de sus estancias en España, decidió revisar in situ la hemeroteca del diario El País empezando por 2007, el año en que estalló la crisis de las hipotecas subprime en los EUA, crisis que causaría el hundimiento de bancos centenarios como Lehman Brothers y Merryl Linch, el colapso del sistema financiero internacional y la contaminación de las economías domésticas de buena parte de los países occidentales, sobre todo las de los estados periféricos de la UE.

Revisando la prensa, cayó en la cuenta de lo rápidamente que olvidamos, incluso aquellos que por oficio o inclinación están muy al día de la actualidad informativa. Y no sólo eso, sino lo desapercibidos que pueden pasarnos hechos que vistos con suficiente perspectiva constituyen un indicio flagrante de catástrofe inminente. La magnitud de la burbuja inmobiliaria o del ladrillo era perfectamente visible para cualquiera que prestara atención a los datos macroeconómicos, pero también para quien mirara alrededor con un poco de atención o se fijara en los negocios de muchos de sus convecinos. En esos tiempos aun recientes, las oficinas inmobiliarias proliferaron como las setas. Comprar casas y venderlas ipso facto con un beneficio indecente se convirtió para muchos en un deporte; un deporte de alto riesgo, también es cierto. A pesar del pinchazo que se avecinaba y que muchos políticos y economistas con responsabilidades públicas desmentían la gente seguía jugando a la ruleta rusa por una mezcla insana de inconsciencia, temeridad y avaricia desmedida. Se firmaban hipotecas con plazos hasta la eternidad con el señuelo de los bajos tipos de interés y el dinero manaba sin parar porque la gran banca europea, la alemana y la británica al frente, financiaba todo el desaguisado sin chistar.

Una vez reventada la burbuja, nadie se quiso hacer responsable del desastre y la presión sobre la maltrecha economía de los débiles PIGS (Portugal, Ireland, Greece & Spain) no se hizo esperar. Manirrotos, irresponsables y vagos eran los más suaves epítetos que nos dedicaban los verdaderamente ricos de Europa, partidarios por puro interés de administrarnos la Artischoke Diät (‘dieta de la alcachofa’, en alemán) prescrita por Merkel. Pero el enemigo no está fuera, sino dentro. Una clase política extractiva (la feliz expresión es de César Molinas, cuyo anunciado nuevo libro está por cierto al salir), un sistema autonómico donde las oligarquías de cada lugar, ya sean los caciques en las zonas rurales o la alta burguesía en las grandes ciudades, hace y deshace con lacerante impunidad mientras se alía con advenedizos de medio pelo y ningún escrúpulo. El populismo ha sido utilizado como estrategia para legitimarse en el interior y reforzarse frente al enemigo exterior por el común de los líderes autonómicos, desde Juan Carlos Rodríguez Ibarra en Extremadura hasta Artur Mas en Catalunya, pasando por Bono y Cospedal en Castilla-La Mancha, Francisco Camps y Carlos Fabra en Valencia y muchos más en las regiones restantes. Los escandalosos casos de corrupción que afloran por doquier no habrían sido posibles sin ríos de dinero fácil y de origen dudoso, sin el proceder mafioso de muchos políticos y constructores, sin la infausta ley del suelo de Aznar y las escandalosas recalificaciones de terrenos hechas por ayuntamientos delincuentes; y, por supuesto, sin el conchabe de todos ellos para expoliar el país.

Como sea que buena parte de los dineros que circulaban por España pertenecían a los fondos europeos para la cohesión territorial, que debían ser bien administrados por los políticos, Bruselas se ha enfadado mucho con razón y se ha puesto muy dura con nosotros. Fondos que se utilizaron para construir faraónicas infraestructuras, llevar la alta velocidad a la puerta de cada casa, celebrar fastos y engrasar la maquinaria de los partidos políticos y de muchos bolsillos particulares. Si esos mismos e ingentes fondos se hubieran utilizado para lo que fueron diseñados, España habría podido sanear su economía productiva e invertir lo necesario en educación y formación. Probablemente, no se habría visto impelida a desmantelar un sistema sanitario que era ejemplar en el mundo y, a lo mejor, tampoco tendría que soportar unas cifras de paro que serían insoportables incluso para Grecia. Cuando se revisan las cifras y datos que se publicaban cinco o seis años atrás, nada de lo que sucede hoy parece extraño. Lo inadmisible es la ceguera que mostraron quienes entonces hubieran podido hacer algo para desinflar la burbuja antes de que fuese demasiado tarde.

Muñoz Molina no deja títere con cabeza y por ello le van a llover multitud de críticas y desplantes (como ya le ocurriera recientemente al aceptar el Premio Jerusalén de literatura, que nada tiene que ver con el estado de Israel o con las políticas de sus gobiernos). Nuestra vergonzante e incompetente clase política sale muy malparada de la crítica. El lector que probablemente sonría cuando lea comentarios irónicos referidos a comunidades autónomas distintas de la suya (ironías perfectamente aplicables a cualquiera de ellas), quizá tuerza el gesto cuando los dardos se dirijan a la propia. Especialmente hilarantes son los capítulos donde se cuentan las anécdotas de las patéticas embajadas de representación de las distintas comunidades autónomas a Nueva York para promocionar cada una su marca territorial. Tiene razón el autor cuando dice que ya nadie se considera español dentro de España, excepto los irreductibles nacionalistas españoles cuando toca contrarrestar a los igualmente irreductibles nacionalistas periféricos o acallar voces extranjeras.

Con todo, no se trata sencillamente de sanear la política. La sinvergonzonería, la ordinariez y la desfachatez lo han enfangado todo y el tejido social entero se halla corrompido. Tenemos, en consecuencia, los políticos que merecemos. Expresiones como ‘Yo haría lo que Camps si pudiera’, ‘¡Millet, tú sí sabes!’ o ‘¡Quién pudiera estar en el lugar de don Luis Bárcenas!’ se dicen más de lo que queremos creer. Al fin y al cabo, a Iñaki Urdangarín se lo critica más por tonto (o imprudente) que por ladrón. España no es en balde uno de los países occidentales donde existe una de las mayores proporciones de economía sumergida y fraude a la hacienda pública. Cada uno de nosotros debe aplicarse el cuento, tanto para lo económico como para lo político y lo social. A pesar de todo, en las últimas páginas prevalece el tono optimista cuando el autor insiste en que las cosas son así, pero no tienen por qué seguir siéndolo. Ser español, como ser de cualquier otro país con un sistema político democrático, no es ninguna fatalidad. Si arrimamos el hombro y decidimos actuar haciendo lo que esté en nuestra mano, podemos incidir lo bastante en la realidad política como para que cambie.

En fin, si queréis revisar de la mano de un buen observador y excelente escritor lo acaecido en nuestro país en estos últimos y tristes años, leedlo. Aunque cada uno le podrá discutir unas cosas u otras a Muñoz Molina, según sean sus opiniones, el tono del ensayo invita al diálogo, no a la confrontación. Por eso lo recomiendo.

Sergi Pàmies ha publicado una interesante columna sobre el ensayo de Antonio Muñoz Molina en LA VANGUARDIA del viernes 1/3/13. 



dijous, 24 de gener del 2013

Los enamoramientos de Javier MARÍAS


MARÍAS, Javier
Los enamoramientos
Alfaguara (edición digital, 306 pág.)
Madrid, 2011
La última y sin embargo ya premiada novela de Javier Marías trata sobre las siempre complejas relaciones sentimentales entre hombres y mujeres. Partiendo de la muerte, ya que la trama se urde alrededor de un truculento asesinato, en apariencia carente de motivación, Marías reflexiona sobre la naturaleza del amor; o mejor dicho: sobre la naturaleza de esa primera y apasionada fase del amor sexual llamada enamoramiento. To fall in love with somebody (literalmente, ‘caer en el amor con alguien’), como se dice en inglés ‘enamorarse’, es algo que ocurre absolutamente al margen de nuestra voluntad y de cualquier cálculo racional. Puede que incluso contravenga a menudo lo que sería conveniente o prudente. Sin embargo, el deseo y la atracción pasan por encima de cualquier consideración y nos llevan de cabeza al objetivo dispuestos a saltarnos cualquier obstáculo que se interponga. Al tratarse de una pasión, es tan intensa como breve. Al cabo de cierto tiempo se suaviza en otras formas de amor o se desvanece sin dejar más rastro que el recuerdo. Hasta es posible que nos cueste reconocernos en esa situación cuando al cabo de los años echamos la vista atrás. ‘¿Cómo pude enamorarme yo de tal?’, ‘¿Qué le vería?’, nos preguntamos.
El amor sexual entre un hombre y una mujer se puede manifestar de muchas formas. Uno, si es afortunado, ha experimentado o va a experimentar algunas de ellas a lo largo de su vida. No obstante, parece que no es tan rara la gente que pasa por este valle de lágrimas sin conocer ninguna de las encarnaciones del amor sexual, que no es sólo sexo, sino sexo con amor: disfrutar de relaciones abiertas, ya sean duraderas, esporádicas o pasajeras; tener una aventura, pasar por un noviazgo más o menos largo, vivir en pareja, casarse, cometer adulterio (si alguien lo comete, alguien lo padece)… Todas ellas tienen múltiples variantes según cual sea la situación de los individuos que deciden o se ven empujados a mantenerlas y ─lo que parece estar suficientemente probado─ ninguna es perfecta. Todas adolecen de taras, vicios y limitaciones. Cualquiera de ellas puede propiciar la eventual insatisfacción de alguno de los miembros de la relación. La complejidad de la psicología humana y de las relaciones sociales nos tiene siempre en el alambre y el amor no siempre es lo bastante firme como para mantenernos equilibrados sobre él.
Marías describe magistralmente en el pensamiento y la actitud de los personajes de la novela cómo se suceden los momentos de estabilidad emocional, zozobra, esperanza renovada y resignación ante la caducidad de los sentimientos; cómo se vive el amor no correspondido o desigual, cómo tejemos telarañas para atrapar a las personas que queremos y nos acaban enredando a nosotros también; cómo podemos esperar durante años, con un paciencia infinita, a que llegue la oportunidad y cómo, en fin, podemos desprendernos llegado el caso de aquello que hemos amado más que a nada en el mundo. Las razones del homicidio van desvelándose en la cabeza de la narradora a medida que lo hace la relación con su amante. Al final, ocurre a menudo, las cosas no son lo que parecían. La conclusión de la novela parece precipitada, como si el autor tuviera más que decir sobre el asunto pero se le acabara el tiempo o le faltara espacio. Imagino que nunca se dirá lo bastante sobre la terrible complejidad de las relaciones humanas.

Disfruto desde hace años de los artículos que Javier Marías publica en la revista dominical de EL PAÍS. Sin embargo, el Marías novelista se me ha hecho difícil de digerir en más de una ocasión. Así como en otras obras había tenido la sensación al leerle de estar navegando por un océano de palabras tan ondulante que no me permitía fijar el rumbo, con Los enamoramientos no ha sido así. Quizá sea esta la causa de que me haya gustado más que ninguna de las anteriores. Recomiendo su lectura a todo buen lector.

divendres, 11 de gener del 2013

Breve biografía esencial


Soy hijo de Vandellòs, un pequeño pueblo de la comarca catalana del Baix Camp, aunque vine al mundo en Tarragona porque en 1964 dar a luz en las clínicas empezaba a ser lo corriente.  Nací en el seno de una familia numerosa y por mi parte soy padre de dos encantadoras adolescentes de 13 y 16 años, Helena y Clàudia. Estoy casado en segundas nupcias con Cuqui, una matemática malagueña, por lo que mi vida transcurre a caballo de Reus y Málaga.
Recibí inicialmente la Educación General Básica en la Escuela Nacional de mi pueblo y la terminé con la secundaria en Tarragona. Me puse a trabajar de manera plena a los diecinueve años y me emancipé en seguida. Obtuve la licenciatura en Filosofía por la Universidad de Barcelona compaginando trabajo y estudios. Después de acabarlos, empecé a ejercer la docencia en secundaria: primero en FP y más tarde en BUP y COU, para terminar con la ESO y el Bachillerato actuales. He pasado veinte años de mi vida en las aulas con jóvenes y en ellas he aprendido mucho, sobre todo de mis alumnos. A raíz de esa dilatada experiencia, puedo decir sin duda que me gusta enseñar.
A causa de los recortes en educación y otros avatares que no merece la pena contar aquí, me ha sido dada la ocasión de redirigir mi vocación por la enseñanza a otros destinatarios. Había tenido varias experiencias en formación de adultos, lo que me hizo pensar entonces que mi objetivo futuro bien pudiera ser la formación de profesionales en las empresas. Podría utilizar en el ámbito corporativo las habilidades didácticas y los conocimientos acumulados a lo largo de mi práctica docente. Ahora me dedico a la formación in company.
Por otro lado, soy corredor de fondo desde hace casi treinta años, actividad atlética que me permite estar en forma, conocer mis límites, equilibrar mente y espíritu y relajarme mejor tras el esfuerzo. Creo que practicar deporte con espíritu amateur ─e incluso participar en algunas competiciones─ puede ser un complemento esencial para el desarrollo personal.
Me gusta leer artículos y buenos libros, en especial de ensayo. Asimismo, me gusta escribir y me esfuerzo por no hacerlo del todo mal. Tengo curiosidad por muchas cosas. De mi formación filosófica agradezco por encima de todo que me haya permitido tener una clara conciencia de la ignorancia en que me hallo sumido. Sea lo que sea lo que yo pueda saber ─si es que algo sé─ representa sólo una parte infinitesimal de lo que me queda por conocer. La nítida conciencia de mi ignorancia me empuja constantemente a aprender.

dimarts, 23 d’octubre del 2012

FIESTA EN EL BOSQUE (¿Crees que es un cuento?)



Érase una vez un bosque muy grande y muy frondoso (es decir, espeso); tan grande y tan frondoso era, que era muy difícil y peligroso adentrarse en él sin correr un serio riesgo de extraviarse. Como era así de grande y frondoso, vivían en su interior muchísimos animales que se llevaban más o menos bien entre sí ─como suelen llevarse los cachorros humanos. Lo sabéis muy bien, ¿verdad?─. Bueno, es natural, ¡es que eran tantos! Entre los animales de ese espeso bosque había categorías o clases, aunque, a diferencia de lo que ocurre en las sociedades humanas, esas clasificaciones no tenían en cuenta el dinero, la fama o las riquezas económicas de qué disponían, sino otro tipo de riquezas que no se pueden comprar con dinero. Tampoco tenían en consideración la especie a la cual pertenecía cada animal, ni el sexo que presentaba ni su lugar en la cadena alimentaria. Ni siquiera la belleza física era relevante para acceder a ninguno de los grupos. Eso era algo secundario, más o menos apreciado por los particulares, pero en ningún caso era considerado el físico una virtud pública. Vamos, que nunca se les hubiera ocurrido proponer al sapo más apuesto (es decir, guapo) o a la zarigüeya más bonita como reclamo para un establecimiento, un negocio o la promoción de una marca de camisas. Mucho menos aún para vender libros o conseguir donantes de sangre. Esas cosas: la riqueza material, las diferencias por razón de sexo y la belleza física, tan importantes para nosotros, no eran más que detalles insignificantes para la comunidad forestal.
Para que veáis de qué naturaleza eran esas clases, os voy a exponer algunas como ejemplo. Estaba el grupo de los ‘Amigos excelentes’, es decir, de aquéllos animales que eran admirados por ser los que ofrecían la mejor calidad en su amistad. Para ingresar en ella, sólo era preciso que algún habitante del bosque le recomendara a otro por haber experimentado una muestra inconfundible de amistad. Eso, incluso en ese bosque tan peculiar, no es nada frecuente y, por desgracia, también allí nos podríamos encontrar fácilmente con individuos que nunca la hubieran vivido en carne propia. Un verdadero amigo, una verdadera amiga son casi tan difíciles de conocer en la vida como la felicidad. (Más adelante veremos en qué consiste eso tan raro: la felicidad.)
Había otro grupo, llamado el de los ‘Pacientes ejemplares’. No, no se trataba de ningún grupo de enfermos que se prestara sin quejas ni temblores a la acción sanitaria de los médicos y curanderos del bosque, sino de aquéllos animales que habían dado muestras de una paciencia digna del santo Job (Job es un personaje del Antiguo Testamento bíblico cuya dignidad y paciencia ante las pruebas a que le somete Satanás es tan grande que se convierte en proverbial ─es decir, en el ejemplo más claro de hombre digno y paciente). Pues bien, la paciencia, como sabéis, es también un raro tesoro, tanto entre los adultos como entre los niños. Muchos de nosotros la tenemos tan deteriorada por la tensión a que nos somete la vida ordinaria, que basta el aleteo de un colibrí para arrebatárnosla y dejarnos desprovistos de ella. Una mujer, un hombre impacientes son difíciles de soportar, porque se vuelven irritables e irascibles (es decir, que se enfadan mucho y por nada).
También destacaba la clase de los ‘Altruistas empedernidos’, un grupo de animales cuya principal fuente de satisfacción era ayudar a los demás. No importaba a quién ni cómo; la cuestión era ayudarles a resolver problemas, a superar obstáculos y, en general, a vivir mejor sus vidas, por más insignificantes que pudieran parecer esas vidas a un observador externo. Ese tipo de animales desprendidos no abunda, porque a todos les parece siempre imprescindible lo que tienen y aun lo que no tienen, por cuya razón no quieren renunciar a nada. En eso también se parecen a nosotros, ¿no os parece? No obstante, por más que no lo suelan practicar, tienen en muy alta consideración a los que sí lo consiguen, a los altruistas (es decir, a los que se vuelcan en y para los otros).
El conjunto denominado de los ‘Amorosos indómitos’ estaba integrado por los animales que habían destacado en su capacidad de amar, de amar de cualquiera de las maneras como se puede amar: a sus padres, hermanos y familiares, a sus parejas, a sus amigos, al prójimo (es decir, al otro, a cualquier otro), a sí mismos. Amar era una de las virtudes más valoradas en el bosque, por lo que no era fácil acceder a este selecto club. Los requisitos para entrar en él eran si cabe más estrictos que en cualquier otro. Sólo quien amara sin ningún interés, inmediato ni mediato, experimentaría el amor en plenitud. Ni siquiera quien espera reciprocidad (es decir, ser amado a su vez por los seres amados) está en esa situación, porque ama con la esperanza de verse correspondido. No, el verdadero amante ama sin esperanza de ser amado; por eso no sabe lo que es el despecho, los celos ni la desazón. Así son los miembros de ese club.
Y qué decir de los ‘Creativos novísimos’, capaces de inventar lo útil y lo inútil, lo más imaginativo junto a lo perfectamente anodino (es decir, insignificante), lo ingenioso y lo trivial (es decir, lo que todo el mundo sabe), pero que mantenían la comunidad forestal en un constante y enriquecedor dinamismo artístico y técnico. No importaba que el porcentaje de lo realmente aplicable o siquiera bonito fuera mínimo; lo importante, lo que daba valor a las cosas que hacían, era precisamente la innovación. El cargo de presidente de este club era el más efímero: se cambiaba cada mes por no generar lastres tradicionalistas y paralizantes en la creatividad del club.
Los ‘Generosos compulsivos’, otra categoría muy apreciada, eran aquellos que no podían evitar compartir con los demás sus bienes y su tiempo, no reclamando jamás para sí lo recíproco de aquéllos con quienes habían compartido algo. Si eran regraciados, lo agradecían de corazón… porque así tendrían más para compartir. A veces, es verdad, se confundían con los ‘Altruistas empedernidos’, porque la diferencia entre sus objetivos no siempre estaba clara. Pero ya sabéis, las virtudes nunca compiten entre sí, sólo se refuerzan mutuamente.
También estaba la categoría de los ‘Sabios despistados’, formada por aquellos animales que tenían fama de ser los que más saberes atesoraban de toda la foresta. Como unos saben de unas cosas y otros de otras, había representantes de todas las especies, sexos y edades del bosque. Y no creáis que abundaban más los especímenes de unas especies que los de otras, o los hermafroditas más que los machos y hembras, o los viejos más que los jóvenes. La sabia naturaleza tiene muy bien repartidos los saberes y habilidades entre todos los individuos del bosque. ¿O acaso el gran tejón, a pesar de lo que su nombre sugiere, puede enseñar a la pequeña araña a tejer? ¿Os imagináis al pesado jabalí dando lecciones de vuelo al grácil gorrión? ¿Por qué no ocurrirá lo mismo con los humanos, entre los que es frecuente la creencia de que nadie pueda enseñarles nada porque todo el mundo lo sabe todo? Misterios de la naturaleza.
Los ‘Igualitaristas a carta cabal’ formaban un club reducido pero terriblemente activo que defendía la igualdad estricta en derechos y deberes de todos los animales del bosque, fuera cual fuera la especie a la que pertenecieran, el sexo que tuvieran, la edad en que se encontraran o el montante de los bienes poseídos. Sus miembros chocaban con la incomprensión de muchos animales, puesto que es frecuente entre ellos ─como ocurre entre los humanos─ confundir las diferencias que efectivamente hay entre unos y otros (como, por ejemplo, que las hormigas tengan antenas y los conejos no), y entre unos y otras (que los ciervos macho tengan grandes cuernos mientras que las hembras, no), con las diferencias en cuanto a los derechos y obligaciones sociales que cumplir. Porque con los derechos también hay que cumplir, no sólo con los deberes. Si no se exige que se apliquen los derechos que a uno le asisten, se incumple un deber, aunque no lo parezca. Si una cobaya tiene derecho a hablar y a ser escuchada en la asamblea y no lo hace cuando necesita expresar algo, sea por miedo, por pereza o por humildad excesiva, no cumple con su deber. La comunidad puede perder mucho a causa del silencio de la cobaya. Imaginaos que de esa intervención surgiera una idea que, debidamente aplicada, mejorara en algo la convivencia en las copas de los árboles. ¿Acaso se puede permitir la comunidad el lujo de ignorarla? ¡Pues claro que no! Por tanto, la cobaya tiene el derecho y el deber de hablar en la asamblea; y de ser escuchada, por supuesto.
No creáis que había muchos miembros en cualquiera de los grupos que he mencionado. ¡Qué va! Y no era por falta de esfuerzo o interés de los animales del bosque en conseguir acceder a ellos. Al contrario. Una de las principales causas de consideración pública era pertenecer a alguno de esos círculos. Cada año, se publicaban las listas que contenían los nombres de los miembros vigentes de cada uno de ellos, con las altas y las bajas, si las hubiera habido. Porque igual como se podía entrar, también se podía salir. De la misma manera que los actos nobles de una u otra naturaleza permitían el ingreso en el círculo, los actos que se consideraban indignos de un miembro lo hacían acreedor de la expulsión inmediata (una vez comprobada la veracidad de los hechos, por supuesto).
Algunos de los miembros con más antigüedad solían ocupar cargos directivos y organizativos. Ellos eran los que más trabajaban, sin duda y, además, no recibían recompensa alguna a cambio de su dedicación, salvo el agradecimiento de los miembros del club y de las comunidades del bosque. Entre esos directivos, era famosa la lechuza Atenea, que llevaba más de treinta años al frente del club de los ‘Sabios despistados’. Si se le preguntaba cuántos años llevaba en el cargo, nunca lo acertaba, del puro despiste que tenía en lo alto. Pero sabía muchas cosas, por eso la llamaban Atenea, como la diosa griega de la sabiduría, divinidad principal y símbolo de Atenas, aquella ciudad griega donde florecieron la democracia y la filosofía en un tiempo más remoto (es decir, lejano) aun que lo que ocurrió en este cuento que ahora os cuento. Atenea iba siempre acompañada de una lechuza, que de este modo se convirtió en su representante para la posteridad (es decir, para las generaciones futuras). En realidad, nuestra lechuza se llamaba Facunda, que es un nombre mucho más popular y común en el bosque que Atenea. No se podía negar que llevaba las riendas del club con guante de seda; pero el puño, ya lo creo, era de hierro. Era una gran directora. Muy… ¿cómo lo diría?, muy rapaz nocturna, ¡eso es!
Atenea explicó una vez, en una de las sesiones trimestrales del club ─porque le encantaba explicar historias antiguas, al igual que a las personas mayores de cualquier especie─ cómo un antecesor en el cargo de dirección que ella ocupaba ahora tuvo que resolver años atrás un caso inaudito (es decir, nunca oído antes) que todavía arma revuelo cada vez que es rememorado. Fue un caso muy curioso y complejo: curioso porque no se recordaba ningún precedente; complejo, porque hubo que discutir mucho y negociar duramente para resolverlo de manera satisfactoria para todo el mundo.

El inaudito caso de la gallina

Se trataba del caso de una gallina muy particular que habitó el bosque en tiempos remotos. Era una gallina muy completa; era la gallina total. La gallina, a lo largo de sus años de vida, había dado sobradas muestras de ser una excelente amiga, paciente ejemplar, altruista empedernida, amorosa indomable, creativa novísima, generosa compulsiva, sabia despistada e igualitarista a carta cabal. Entonces, ¿dónde colocarla? ¿En qué club? ¿En qué círculo? ¿En qué categoría? ¿En qué clase? ¿En qué conjunto? ¿Debía crearse para ella una clase que incluyera a todas las clases, incluyéndose incluso a sí misma? ¿Podía se presidido un club como ése por un solo animal? ¿Tenía derecho (es decir, méritos bastantes) a ser nuestra gallinita ese animal? ¿Por qué? Y ¿por qué no?
Para resolver el grave problema que se planteó por la mera existencia de un animal tan particular, la asamblea del bosque se reunió y deliberó durante muchos días con sus noches. Pasaba el tiempo y no lograban establecer ningún acuerdo, a pesar de las brillantes intervenciones de numerosos consejeros y representantes de todas las categorías sociales. Finalmente, a instancias de una propuesta de la culebra Encarnita que fue vitoreada (es decir, aplaudida) por todos los representantes de los diversos grupos y subgrupos de animales del bosque, se encargó a la gallina que organizara una gran fiesta en la que tuvieran cabida todos los animales de la comunidad y fuera amena y divertida para todos. Ya sabéis lo complicado que resulta montar una fiesta en la que todo sea del gusto de todos los asistentes: la música, los juegos, la comida, la bebida, la decoración… ¡Buf! Es dificilísimo satisfacer a todo el mundo. Y, sin embargo, la gallina Cocorota ─ése era su nombre, que todavía no os lo había dicho─ se mostró dispuesta a intentarlo.
Muchas semanas antes del día fijado para el evento (es decir, la fiesta), Cocorota se había dedicado en cuerpo y alma a prepararla. No quería que faltase nada de lo esencial. Por supuesto, habría comida y bebida para aplacar (es decir, calmar) el hambre y la sed de los invitados, y también una orquesta formada por buenos músicos para amenizar el baile. Estas cosas son imprescindibles en toda fiesta que se precie. ¿Os imagináis una fiesta sin música? ¿O sin refrescos y bocadillos? No, ¿verdad? La gallinita también lo sabía y por eso cuidó muy bien esos detalles en su fiesta. El lugar elegido fue un claro del bosque particularmente amplio y bien orientado, de manera que, siendo luminoso, ofrecía también zonas de sombra para aquellos animales que la prefirieran. No todos los animales gustan del sol; ni todos de la sombra, la humedad o el viento. Hay que disponer de ambientes diferentes para animales diferentes, cuando eso es posible. Y Cocorota lo hizo posible escogiendo el mejor lugar para la celebración. Una vez determinado el sitio, se encargaría de organizar la decoración. Para eso, se puso en contacto con el club de los ‘Creativos novísimos’, que dejó a su disposición algunos de los miembros más especialmente hábiles para esos menesteres.
Al cabo de unos días, nadie hubiera reconocido el Claro de la Luna Creciente. Con este nombre era conocido el mayor claro que había en el bosque; un claro que, por su orientación a poniente, permitía ver nuestro satélite en todo su esplendor, especialmente durante las primeras horas de la noche, en la fase en que el reflejo de la luz del Sol dibuja una D sobre el disco lunar. Fueron dispuestas guirnaldas con cenefas de papel recortado, decoraciones vegetales hechas de hiedra y flores entrelazadas. Para acabar de engalanarlo, un riachuelo artificial recorría el plano inclinado del suelo del claro del bosque, una corriente de agua que era interrumpida por dos saltos compuestos con piedras a modo de cascadas. Una gran carpa en el rincón más soleado simulaba una jaima de las Mil y Una Noches. Desde luego, la gallina sabía bien lo que hacía cuando encargó la decoración a los artistas. Cada uno, a lo suyo.
Si bien estas cosas son importantes, hay otras que, aunque no lo parezca, lo son más todavía. Por ejemplo, crear el mejor ambiente para que todos los animales que lo desearan pudieran asistir. Y no es nada fácil, no sólo porque hay gente que no soporta la música y la diversión. Hay animales, como sabéis que no se llevan muy bien entre sí y prefieren esquivarse a tener que compartir el ocio (es decir, el tiempo libre). El perro y el gato, por ejemplo, son el modelo que se utiliza habitualmente para ilustrar qué significa llevarse muy mal. “Se llevan como el perro y el gato”, decimos para referirnos a dos personas que no se soportan y siempre se están peleando. Sin embargo, se dan casos de vez en cuando de gatos y perros que conviven en paz y armonía, llegando incluso a ser buenos amigos, jugar y ayudarse mutuamente. Quizá si se les diera una oportunidad, no todos los animales enemistados por naturaleza se llevarían mal entre sí. Por lo menos, y sólo eso era ya un objetivo mayor, no todos o no siempre.
(Por aquí se ha entreabierto una puerta que he decidido cerrar por prudencia narrativa, ya que podría llevar a extraviarnos por andurriales pantanosos. Se trata de la siempre delicada cuestión de la cadena alimentaria…)

El reparto de las invitaciones

Cuando se estaban ultimando los preparativos, Cocorota decidió que había llegado la hora de repartir las invitaciones por doquier (es decir, por todas partes). En ese punto, contactó con distintos clubes para que la ayudaran en tan importante labor. Hacían falta animales que tuvieran muchos conocidos y buenos amigos, animales dispuestos a sacrificar su tiempo para poder recorrer quilómetros y quilómetros de foresta por tierra, aire y agua; por el suelo, el subsuelo y también por las ramas, para poder así llegar a todos los rincones habitados del bosque. No os podéis imaginar hasta qué punto son aprovechadas para vivir todas y cada una de las cavidades disponibles. Los túneles en el suelo de los topos y las zarigüeyas, los huecos en los árboles para las ardillas, los madrigueras de los conejos y serpientes; los sapos, lagartos y lagartijas acomodados bajo las piedras; los pájaros con sus aéreos nidos reposando en las ramas; los peces, ranas, tritones y salamandras en los arroyos; los insectos en todas partes y los mamíferos mayores, como ciervos, cabras, gamos, jabalíes y raposos (es decir, zorros) en lo más profundo de la vegetación. Hasta una manada de lobos tenían su guarida en una cueva de la montaña vecina. (¿Lobos? Sí, claro, lobos. ¿Qué sería un cuento infantil sin lobo?)
El servicio de mensajería se puso en marcha y, en pocas horas, toda la comunidad habría recibido la invitación a la gran fiesta organizada por la gallina Cocorota. Los invitados debían ir arreglados con sus mejores galas (es decir, vestidos y adornos) y dispuestos a pasar un día de diversión y entretenimiento con toda la comunidad. El acceso era libre, sin restricciones de ningún tipo, así es que se esperaba a todo el mundo que estuviera en disposición de acudir. Los que en ese momento estuvieran enfermos o convalecientes, no se encontraran en el bosque por estar de viaje o sufrieran cualquier otro impedimento serían naturalmente dispensados. Pero en cualquier otro caso, se consideraría la ausencia como un desaire y una falta de respeto por la buena convivencia. Una comunidad idónea necesita que sus miembros se vean las caras para pasarlo bien juntos, aunque sea de tarde en tarde, para limar asperezas y engrasar la maquinaria social. La inmensa mayoría de los habitantes del bosque confirmaron su presencia el día del evento; y las excepciones estaban plenamente justificadas.
Sin embargo, entre las respuestas, no se hallaba la de ningún lobo. Ni entre las afirmativas ni entre las negativas. Ni rastro de ellos. Cocorota llamó a los responsables del servicio de mensajería y les hizo saber su disgusto por este fallo injustificable. Ante su requerimiento, los mensajeros expusieron sus excusas. En primer lugar, hablaron las liebres. Dijeron así:
─Nosotras hemos barrido el bosque de norte a sur y de este a oeste. No hay ni un solo palmo de terreno que no hayamos pisado y ningún animal que ande o se arrastre por el suelo podrá decir que no ha recibido la invitación. Es verdad que más allá de los lindes de la arboleda no nos hemos aventurado, en parte porque eso excedía nuestro encargo y ─es de justicia reconocerlo─ en parte también por miedo. No nos gusta exponernos al exterior de la fronda. Allí, fuera del cobijo de la vegetación, nos sentimos vulnerables y ni siquiera la rapidez de nuestras patas nos pone a salvo de los cazadores o del acecho de los lobos. Por eso no hemos salido del bosque. Si hubiéramos encontrado rastro del lobo en los senderos del interior, no dudes que le habríamos dado alcance para invitarlo ─dijo Piernas, la liebre capitana.
─Puedes estar segura de ello ─refrendó su fiel escudera Pelusilla.
Cocorota no las creyó ni dejó de creerlas; sólo suspiró pensando que entendía perfectamente los argumentos de las liebres.
Después, llegó el turno de los agentes del subsuelo, los hurones. Alegaron que el reino de Hades (es decir, bajo tierra) no entra en los dominios del lobo. Que ellos no temen a nadie, por más grande y fiero que sea. Si no entregaron la invitación a los lobos fue sencillamente porque no los encontraron en las cavidades subterráneas, como por otra parte era previsible. Lo dijeron con todo el respeto y sin rastro de ironía o doblez.
─Incluso a la temible culebra de escalera le entregamos la tarjeta al topar con ella en un negro recodo del camino. ¡Vaya susto me pegué al chocar mi hocico con el suyo! Aunque también se lo pegó ella, ¡jajaja! ─Así habló Tura, el hurón colorado, jefe de la expedición.
─A quién más nos costó encontrar fue a la familia topo, porque se había mudado recientemente y olvidaron dejar a los vecinos sus nuevas señas. Pero también fueron localizados por nuestro rastreador principal, Narizotas. No se le escapa ningún detalle a su olfato ─añadió.
Ante esa justificación, poco pudo aducir nuestra gallina. Los hurones llevaban razón.
Los halcones, en tercer lugar, explicaron cómo ejecutaron su misión volando alto y volando bajo, muy bajo, hasta esquivar en algunas ocasiones las copas de los árboles, asumiendo así algún que otro riesgo para sus delicadas alas. Comunicaron el mensaje a aves de toda jaez (es decir, de todo tipo), excepto a las perdices, a los faisanes y al urogallo, a quienes cuesta ver por allí arriba. Las golondrinas, gorriones, jilgueros, petirrojos, águilas, cuervos, mirlos, buitres, quebrantahuesos, alimoches, colibríes, tórtolas, abubillas, alondras y urracas han confirmado su asistencia.
─Y más pájaros que no voy a detallar para no hacerme pesado ─dijo Peregrino, el halcón líder de la partida.
─Y de lobos, ni rastro ─confirmó su segundo, Tomás. ─Incluso con la amplia vista que hay desde las alturas no hemos visto a ninguno por los aledaños (es decir, por los alrededores) del bosque ─añadió
Eso ya empezó a resultarle raro a Cocorota.
─¡Hum! Que ni siquiera los halcones desde el cielo los hayan podido ver empieza a ser sospechoso. En fin, no hace falta que escuchemos a las truchas, porque todo el mundo sabe que los lobos no son animales acuáticos ─exclamó Cocorota.
─Pero beben agua ─interrumpió Chucha la trucha. ─Nosotras hemos preguntado a todos los animales que hemos encontrado en los arroyos y estanques, y hasta a los que subían nadando desde el embalse de la Presa del Oso, si habían observado algún hocico lobuno bebiendo. Nos han dicho que nadie ha visto ninguno desde hace mucho tiempo, salvo un tritón que dijo creer haber visto uno la semana pasada. Pero no estaba muy seguro. Empieza a correr por el bosque el rumor de que los lobos se han marchado, como hicieron los osos mucho tiempo antes. ¡Aunque cualquiera se fía!
Por lo demás, las truchas dijeron que todo el mundo acuático estaría en la fiesta de Cocorota y se vestirían con sus mejores bañadores.
La gallina se dio cuenta de que el asunto era muy grave. No sólo porque, si nadie invitaba a los lobos, se estaría marginando a unos miembros de la comunidad que, aunque temibles, se limitan a expresar su naturaleza y, por tanto, tienen los mismos derechos y deberes que los demás; sino porque, por lo que se podía inferir (es decir, sacar en claro) de las noticias, quizá no había ya lobos en el bosque. Lo cual era, por un lado, tranquilizador pero, por el otro, empobrecedor. Ya no habría ningún riesgo, ni misterio, ni miedo a andar en solitario entre los árboles a la hora en que aumentan las sombras, al atardecer. Ya no se podría utilizar al lobo como elemento disuasorio para meter en vereda a los cachorros o para conseguir hacerlos más prudentes con sus vidas y evitar que se alejaran del nido o la madriguera. Recurrir al lobo evitaba muchos más peligros que los que generaba su presencia.
─Y además, ¿qué sería de los cuentos sin lobo? Sin lobo real, de carne y hueso, quiero decir ─se preguntó la gallinita. ─Cuando se sepa que no hay lobos en la montaña, nadie se tomará ya en serio los cuentos tradicionales con lobo como ‘Los tres cerditos’, ‘Los siete cabritos’ o, el mejor de todos, ‘Caperucita roja’. Una Caperucita sin lobo no parece una niña muy arriesgada, ni muy valiente y ejemplar, la verdad ─pensó para sí.
─Pero esto son sólo especulaciones (es decir, afirmaciones sin base en la experiencia) ─dijo de pronto Cocorota alzando la voz. ─Propongo que organicemos una expedición que vaya al encuentro de los lobos, aunque sea más allá de los límites del bosque, en las cuevas de la ladera donde solían tener su guarida.
Los presentes deliberaron en asamblea y decidieron, tras complejas negociaciones, apoyar la propuesta de Cocorota. Entre todos diseñaron un equipo donde las potencialidades de la fauna forestal (es decir, las virtudes y los defectos de los habitantes del bosque) estuvieran bien representados. Sería una especie de embajada completa de la vida animal del bosque.

La embajada

Fueron seleccionados para la búsqueda el orgulloso y temerario urogallo, la saltarina y encantada rana; el pavo real, vanidoso y presumido, el cervatillo, ingenuo e inocente; el duro y resistente jabalí, la soberana y volátil águila y la rastrera y sibilina serpiente. Con tal representación, todo el bosque partía de algún modo a la búsqueda del lobo. En cuanto llegaron al límite de la vegetación, decidieron que cada uno de ellos jugara sus bazas hasta que alguno consiguiera el éxito. Y, ocurriera lo que ocurriera, al volver se adjudicarían en grupo la suerte de la embajada. Y así lo hicieron.
El primero en acercarse al sistema de cavernas (es decir, cuevas) fue el urogallo, temerario y orgulloso. Penetró por una de las bocas mientras llamaba con su lúgubre reclamo al lobo. En realidad estaba deseando que allí no hubiera ningún lobo, porque estaba muerto de miedo. De pronto, le pareció oír un ruido y salió volando más que corriendo de la cueva. Ya afuera, compuso su plumaje y se dirigió al lugar donde el grupo le aguardaba.
─No hay nadie allí dentro ─dijo. ─He llamado insistentemente y nadie ha respondido. Y, si hay alguien, seguro que no quiere salir ─remachó.
Como no podían renunciar tan pronto, le tocó el turno a la rana, encantada y saltarina. Entró en la cueva dando saltos y croando hasta perderse en la oscuridad. Al cabo de un rato, le pareció ver una sombra oscura deslizándose furtivamente y salió más deprisa de lo que había entrado. Se encaramó a una gran piedra que había a una cierta distancia y esperó a que el corazón se relajara un poco antes de volver con el grupo.
─Nada, ni rastro de vida en la caverna. Allí no hay nadie ─zanjó.
Le tocaba el turno al inocente e ingenuo cervatillo, que se dirigió temblando a la entrada oscura cual boca de lobo. “¡Boca de lobo!”, se dijo, y salió pitando con sólo pensarlo, antes siquiera de entrar. Se escondió unos minutos para que sus compañeros creyeran que había penetrado en la cueva y después se reintegró al grupo con la misma canción que sus dos antecesores en la misión.
─Efectivamente, allí dentro no hay señales de vida. Podríamos irnos ya para casa, creo yo, y acabar los preparativos de la fiesta.
En ésas estaban cuando se oyó un aullido profundo y doliente que parecía provenir de las profundidades de la caverna.
─Será el viento ─dijo, el urogallo.
─Sí, seguro ─le secundó el cervatillo no sin un punto de ironía porque sabía que el urogallo tenía tanto miedo como él mismo.
─Retirémonos hacia el interior del bosque ─casi imploró la rana.
─¡No! ─les cortó el jabalí. ─No hasta que lo hayamos intentado todos. Ahora me toca a mí.
Y se fue con paso decidido hacia el interior. Mientras, el águila emprendió el vuelo y rodeó la montaña buscando otras posibles salidas a la cueva. El presumido y vanidoso pavo real y la serpiente sibilina y rastrera se quedaron en la retaguardia por si hiciera falta apoyo estratégico ─y muy tranquilizados por el hecho de que el duro y resistente jabalí cargara sobre sus hombros con la responsabilidad de la misión.
El jabalí entró en la cueva con la determinación que les faltó a todos los anteriores heraldos (es decir, mensajeros). Su paso firme y decidido hacía presagiar que no saldría a la estampida al menor percance. Todos sus compañeros le envidiaron secretamente, sobre todo el pavo real. Dejaron de oírse los gruñidos característicos de Jabato, el jabalí, y fueron pasando los minutos y las horas sin que se supiera nada más de él. Al atardecer, la silueta del águila se dibujó en el cielo y se fue agrandando a medida que descendía. Después de aterrizar, les contó a sus compañeros que había visto a Jabato entrar y salir por numerosos agujeros de la roca en lugares muy distantes entre sí, lo cual probaba que, efectivamente, no se trataba de una cueva sino de un sistema de simas y cavernas que atravesaba la montaña bajo el suelo. Era evidente que el jabalí quería asegurarse de que allí dentro no había nadie y, si lo hubiera, no cejaría hasta encontrarlo.
Dentro de la cueva, Jabato andaba casi a tientas en los tramos más oscuros, pero había numerosos lugares en penumbra o, incluso, con una luz tenue pero suficiente para poder moverse sin dificultad. Se había hecho un mapa mental del recorrido y en las encrucijadas iba dejando montoncitos de piedras para no perderse ni andar en círculos. Los jabalíes están acostumbrados a dar larguísimas marchas nocturnas, por lo que pasarse el día andando por el interior de la cueva oscura no era más duro que lo que solía hacer cada noche. La única diferencia estaba en lo que buscaba aquí. Eso sí lo tenía un poco en guardia. Bueno, un poco… ¡Un mucho! Pero era un miedo bastante controlado. O eso creía. Al doblar un recodo le pareció oír un gruñido que no era suyo. Se paró a escuchar con atención mientras contenía el aliento. Sí, efectivamente, podía percibirlo con claridad. Se oían unos pasos muy suaves, como de mocasines (es decir, zapatos de piel que usan los indios americanos de las praderas) y un levísimo jadeo a lo lejos. Jabato empezó a trotar hacia el lugar de donde procedía el sonido. Al cabo de media hora de camino, vio claramente en lo alto de una roca el perfil de un animal grande y majestuoso con unos enormes colmillos bien dispuestos en las mandíbulas que anunciaban las profundas fauces. Su actitud era claramente amenazadora, como evidenciaba su lomo erizado y la cola enhiesta (es decir, levantada).
Estuvo quieto unos minutos, porque el jabalí nunca ha sido un animal cobarde. Sin embargo, la prudencia le puso tenso el ánimo y no se acercó más de lo debido. Sabía que, si el lobo lo atacaba, poco podría hacer para zafarse (es decir, escapar) y lo mejor era mantenerse a una cierta distancia para poder maniobrar. Entonces se atrevió a librar el mensaje que traía guardado en la memoria. Y dijo así:
─Lobo feroz, vengo en son de paz. Me envía el Consejo del Bosque, a instancias de la Asamblea popular y la gallina Cocorota, para que te comunique que estás invitado a la fiesta que se está preparando para el día de San Francisco de Asís. Todo el mundo está convocado, y no queremos que faltéis tampoco vosotros, los lobos. A pesar de nuestras diferencias, Cocorota quiere que estéis presentes en señal de fraternidad ─soltó casi de carrerilla.
─Grrrrr ─se oyó desde el fondo de la cavidad.
A pesar de lo bien que le salió el mensaje a Jabato, lo cual le sorprendió a él el primero, el lobo se mantuvo inmutable (es decir, sin dar muestras de ningún cambio o alteración) y, a parte del gruñido referido, estuvo silente (es decir, sin decir ni pío). Al cabo de un rato, el jabalí carraspeó y empezó a ponerse nervioso. No le gustaba nada la actitud del lobo. Entonces, oyó un bufido tras de sí y temió que hubiese más lobos en la cueva y se tratara de una encerrona. Por prudencia ─ya lo hemos dicho─ y no por cobardía, Jabato empezó a correr en busca de una salida. Y no paró hasta encontrarla. Podía oír claramente detrás de sí los aullidos de los lobos, que con la reverberación (es decir, el eco) en las paredes de la cueva, semejaban una temible jauría de perros de caza. Al cabo de un buen rato de correr, salió de la cueva por una boca algo alejada de la que había utilizado para entrar. A pesar de que el Sol se había ocultado ya tras el horizonte, Polainas ─así se llamaba el águila─, que lo había estado esperando todo el tiempo planeando en círculos concéntricos, pudo aun ayudarle a encontrar el camino de vuelta desde el aire.
Jabato llegó cansado al lugar donde aguardaba el grupo embajador por la pechada de correr que se había pegado para salir de la cueva. Y también, es verdad, por el temor a ser alcanzado por los lobos ─si es que era un lobo lo que lo había asustado; aunque, bien mirado, lo que nos asusta no es lo que hay ahí afuera, sino lo que hay en el interior de nuestras cabezas─. Sus amigos lo recibieron alborozados, ya que, al demorarse tanto, temían que algo malo hubiera podido sucederle. Él les contó su peripecia en la gran red de túneles que horadaba la montaña, de cómo vio claramente al lobo aunque no llegara a responderle ni media palabra y de cómo un bufido tras de sí lo puso en fuga. Dijo que no podía asegurarlo, pero juraría que había más lobos ahí dentro.
─Por cierto, ¿donde está Sibila, la serpiente? ─preguntó.
─Penetró en la cueva a media tarde para ver si te encontraba. Ya sabes que ella puede deslizarse por agujeros impracticables para el resto de los mortales ─dijo el cervatillo.
En plena conversación, vieron bajar por la ladera la línea sinuosa que dibujaba Sibila al arrastrarse. Cuando llegó a su altura, saludó y se dirigió a Jabato:
─¿Por qué has salido disparado cuando te he llamado? ¡Parecía que hubieras visto al diablo! ─dijo todavía jadeante.
─¡Ah, conque eras tú! ─respondió el jabalí. ─Te confundí con un lobo. Temía que se tratara de una trampa, por eso salí a todo correr.
─Pues no había ningún lobo detrás de ti, te divisé desde lejos e intenté llamar tu atención sin éxito. En cuanto pude acercarme, te llamé, pero me temo que sólo me salió un bufido. Es lo que tiene ser sierpe: bufamos en lugar de gritar ─aclaró la serpiente.
Todos se rieron de buena gana, Jabato el primero, pero a nadie se le ocurrió extender una sombra de duda sobre el valor del jabalí. Sibila relató su versión de lo ocurrido en el interior de la caverna, que coincidía a grandes rasgos con lo que había contado Jabato. Así pudieron saber por partida doble que, efectivamente, había al menos un lobo, grande y feroz, en su interior. Y con esa información en el morral, volvieron al interior del bosque para informar de lo acaecido a Cocorota, a la Asamblea y al Consejo. El regreso transcurrió sin más acontecimientos dignos de resaltar, aunque por el camino numerosos animales se acercaron a saludarlos y darles ánimos por el servicio prestado. Una vez ante el consejo, el pavo real, en representación de la embajada, hizo un informe oral de los hechos. Esta parte del trabajo era la que más le gustaba a la bella ave, que se pavoneó en el centro del círculo formado por los miembros del Consejo desplegando su preciosa cola mientras hablaba y hablaba como si él no hubiera sido el único miembro de la embajada que no llegó a entrar en la cueva del lobo feroz. Todos le escuchaban arrobados, especialmente las perdices y los conejos, animales muy dados a disfrutar con las aventuras ajenas.
Una vez quedó claro que había lobo y que, por tanto, había que ser precavidos al deambular (es decir, andar) por el bosque, Cocorota decidió redoblar los esfuerzos para conseguir invitarlo a la fiesta. Jabato intervino para decir que él ya lo había hecho, pero el lobo no dio ninguna respuesta, a pesar de haber tenido un largo rato para hacerlo. El jabalí no creía que valiese la pena intentarlo de nuevo. Es más, el lobo tenía todo el aspecto de estar a punto de atacar. Mejor dejarlo tranquilo y disfrutar de la fiesta sin él. La gallinita, después de escuchar con mucha atención a Jabato y de agradecerle sus servicios, así como de reconocer públicamente su valor, dijo que había que hacer un último intento y, si no salía bien, ya no insistiría de nuevo. Entonces, el cuervo Eugenio propuso que la zorra se encargara del trabajo puesto que, como todo el mundo sabía, ningún animal la superaba en ingenio y astucia. La coqueta raposa se adelantó un paso y dijo que aceptaba la sugerencia del negro córvido, si la asamblea la apoyaba. Pero Cocorota desconfió ─aunque nuestra gallinita fuera muy buena, es conocida la vieja enemistad entre las gallinas y los zorros─ y, alegando un buen argumento, propuso ser ella misma la encargada de la misión, ya que era ella la que tanto había insistido en invitar a los lobos. Si no se salía con la suya, a nadie más podría achacársele el fracaso; y si lo lograba, todo el mundo podía estar seguro de que se había hecho lo posible. No se dio importancia al hecho de que estas últimas palabras pudieran ser interpretadas como una velada crítica a los métodos de Vanessa, la zorra, de quien, en efecto, no se fiaba ni una pluma.

La misión de Cocorota

En la madrugada del día siguiente, la gallina preparó un hatillo con provisiones y otros enseres (es decir, cosas) y, antes del amanecer, se puso en camino. Sabía adónde se dirigía gracias a las indicaciones de los integrantes de la embajada, así es que no dio ningún rodeo y en pocas horas alcanzó la cueva. El día era tormentoso y la lluvia, que hasta ese momento había sido muy suave, empezó a arreciar en el momento en que se introducía en el laberinto de cuevas. Avanzó con paso seguro con la ayuda de la luz de un candil del que se había provisto. Las gallinas son aves diurnas, no son búhos. Por tanto, necesitan una buena iluminación para no tropezar y partirse la cresta. Y Cocorota era una gallina muy inteligente, muy prudente y muy valiente. Una gallina nada gallina, vamos. La cueva le pareció fantástica. Se fijó en las vetas de cuarzo que resaltaban en algunas paredes y en las grandes salas abovedadas que se abrían de vez en cuando ante sus ojos, como un bosque de estalactitas y estalagmitas. Incluso se habían unido muchas de ellas formando robustas columnatas. “Un lobo con una mansión como ésta no debe ser un lobo cualquiera”, pensó. Y con esto ya tenía otro motivo para sentir simpatía hacia el cánido aullador.
Eso es lo que oyó de improviso: un aullido que rasgó su pensamiento haciéndole perder el equilibrio y tirar al suelo el candil, que se apagó al chocar con la roca y verterse parte del aceite. Un aullido a oscuras es mucho peor que con luz, porque todos los sentidos se concentran en él y nada puede distraer la atención para desviarla de la fuente del terror. El miedo cerval (es decir, propio de un ciervo) que sintió la gallina (¿o debería decir un miedo gallináceo?) es el mismo que generaciones y generaciones de seres vivos han experimentado ante lo desconocido, ante la amenaza incierta de lo que ignoramos pero podemos imaginar. Sin imaginación, no habría miedo, ¿verdad amigos? Pero entonces la gallina pensó que el lobo, siendo un ser vivo, también tendría sus miedos. ¡Por qué no! Miedo a la oscuridad, a la soledad, al rechazo, al miedo que él mismo generaba en los otros, a la muerte… Tendría muchos motivos para sentir miedo, como todo el mundo. Y ese pensamiento insufló valor en el pecho de la gallina ─en su pechuga, podríamos decir─. Mucho más animada y reconfortada con ello, emprendió de nuevo la búsqueda, no sin antes encender de nuevo el candil con el poco aceite que había podido salvar del derrame y las cerillas previsoramente atesoradas en su hatillo.
Tras un buen trecho de andadura por los recovecos de la caverna, Cocorota llegó a la estancia donde antes había estado Jabato. No había nadie allí, o eso parecía a primera vista. Súbitamente, oyó un gruñido ronco y profundo tras de sí mientras se alzaba una negra e imponente sombra proyectada en la pared de enfrente. Se descompuso. ¡Estaba rodeada! Lo primero que pensó fue en encomendarse a los espíritus del bosque y despedirse de todo y de todos porque sin duda su hora había llegado. Sería el aperitivo del día para el lobo gigante que se acercaba a ella despacio despacito, como para saborearla mejor antes de zampársela, mientras su compañero le cortaba la retirada por atrás. Entonces, sacando fuerzas de flaqueza, se sorprendió diciendo bien alto y claro:
─¡Alto ahí, lobo! ¿Cómo te atreves a atacarme, si he venido en representación de la comunidad forestal para convidarte a la Fiesta de San Francisco de Asís en el Claro de la Luna Creciente? ─proclamó, al tiempo que casi le da un pasmo.
─Grrrrr ─oyó tras ella.
─Grrrrr, grrrrr. ¡Grrrrrrrrrrrrrr! ¿No sabes decir nada más? ¿Nadie te ha enseñado a hablar? ¿Ni a saludar a los visitantes? ¿Ni a ser amable con los invitados, como un buen anfitrión?
─¿¡Gr!?... Yo no te he invitado, ni a ti ni a nadie. No soy tu anfitrión. Tu has invadido mi casa y mi intimidad ─dijo el lobo por fin, con un timbre de voz extremadamente agradable y distinguido.
La voz venía de atrás, pero la boca se le movía al de delante. Así comprendió Cocorota que la sombra que tenía delante era una proyección del único lobo que había en la cueva, que se había situado detrás de ella para conseguir ese efecto con el juego de luces y sombras. “Un lobo experto en asustar”, pensó al tiempo que empezaba a sospechar que ese lobo no pretendía nada más que eso: asustar. Le pareció que con echar a los intrusos fuera de la cueva, el lobo ya se daba por satisfecho. Lentamente, se fue dando la vuelta para enfrentarse a su interlocutor cara a cara ─o hocico con pico, si lo preferís─. Y vio a un animal grande, sí, pero menor que el monstruo que había proyectado en la pared, un animal más bien tímido e incluso un poco asustado… No de la gallinita, evidentemente, sino de sí mismo y el efecto que muy a su pesar causaba en los demás.
─Hola lobo, soy Cocorota.
─Hola gallina, yo me llamo Curro.
─Tienes razón, debería haberte preguntado el nombre antes de llamarte ‘lobo’. Disculpa. ¿Te han dicho alguna vez que tienes un pelo muy bonito y una voz encantadora?
─¿¡!?
─Sí, te lo digo de verdad. Dan un aire muy cool a tu imagen.
─¿Y cool qué significa?
─Pues, muy guay.
─Ah, vale.
─Oye, dejémonos de rodeos. Si tardo demasiado en regresar al bosque, mis amigos se preocuparán y no quiero que sufran por mi causa. Ya sabes a lo que he venido, igual que hizo el jabalí antes que yo. Quiero, queremos, o nos gustaría mucho, si lo prefieres, que asistas a la fiesta que estamos organizando. Porque creo, o sea, creemos, que nadie debe ser excluido por razón de especie, sexo, convicciones o condición social de la vida pública. Por eso me he empeñado en convencerte para que vengas. ¿Lo harás? ─arguyó la gallina.
─Pues, no sé, la verdad. Por un lado me apetece, claro. ¿A quién le amarga un dulce? Pero por el otro, con mi historial y el de mi familia, no sé si me sentiría cómodo entre los descendientes de los animales que nos sirvieron de alimento durante generaciones. Yo hace ya tiempo que lo dejé. La caza, quiero decir. Ahora sólo como frutos silvestres (es decir, del bosque), raíces, setas y alguna que otra vez, carroña (es decir, carne en descomposición de animales ya muertos) para obtener proteínas. Por eso se fueron de mi lado todos los del clan. No querían ser liderados por un lobo vegetariano.
─¿Y adónde fueron? ─preguntó Cocorota cada vez más cautivada por aquel lobazo bueno.
─A los grandes bosques que hay al otro lado de la montaña. Se puede llegar a ellos a través de las galerías. Se marcharon porque no podían dominarme pero tampoco querían vivir como yo. Yo era el macho α (es decir, el líder de la manada), así es que no tenían elección: o me deponían o se tenían que largar. Y, como nadie se atrevió a luchar conmigo, se fueron hace ya tres años. Desde entonces, vivo solo.
─¿Y no te aburres en una guarida tan grande para ti solo? ─inquirió la gallina.
─Muchísimo ─replicó Curro. ─No sabes cómo os envidio cuando os veo tan felices y contentos en vuestras actividades ordinarias. A veces, me adentro en el bosque sólo para veros disfrutar. Pero no dejo que nadie me vea, porque las caras de espanto que se os quedan me ponen triste. Sólo asusto adrede a los que se entrometen en las cuevas. Por un lado, porque quiero estar tranquilo y, por el otro, porque en cualquier momento podrían volver mis hermanos. Y ellos no son vegetarianos.
─¡Hmmm! Tenemos que pensar algo para acabar con esta situación. De momento, te pido por favor que me acompañes al bosque para tomar parte en la fiesta. Mañana es el día señalado. Hazlo por ti, no por mí ─razonó Cocorota.
─¿Y no crees que mi sino es este? Ya que he renunciado a vivir como debe vivir un lobo, tengo que ser infeliz ─opuso débilmente Curro.
─Yo creo que el destino lo labramos con nuestras decisiones. Igual que un día decidiste dejar de cazar animales, ahora puedes decidir incorporarte a la comunidad del bosque, ¿no crees? ─replicó la gallinita.
─Desde luego, eres una gallina muy curiosa. ¿Dónde has aprendido a filosofar tan bien? ¡Si parece que hayas ido a la universidad! ─exclamó el lobo, gratamente sorprendido por los razonamientos de Cocorota.
─No hace falta ir a la universidad para eso. Se aprende a filosofar viviendo con atención, pensando con detenimiento y leyendo buenos libros ─le contestó la gallina.
Tras la breve conversación. Curro estaba ya plenamente convencido de cuál era su deber: no separarse nunca más de esa gallina tan peculiar. Si para conseguirlo debía integrarse en la comunidad del bosque, valía la pena el esfuerzo. Y juntos andando, salieron de la gruta y se dirigieron al bosque. Al cabo de unas horas de camino, penetraron en el Claro de la Luna Creciente, donde ya se habían concentrado una buena cantidad de animales a la espera de noticias de la gallinita. Algunos de ellos, al avistar al enorme lobo marchando tras Cocorota, se trasmudaron; otros, empezaron a gritar y los nervios de todos a punto estuvieron de desatar el pánico. Una vez más, fueron los jabalíes los que dieron mayores muestras de aplomo y se ocuparon de tranquilizar a todo el mundo. Así fue como la gallina pudo explicar cómo habían ido las cosas en la gran sala del interior de la cueva para que ahora ella estuviera felizmente de vuelta y en compañía de Curro. Cocorota reflexionó sobre las nociones de libertad, igualdad y fraternidad aplicadas a la vida del lobo, que había decidido abdicar de su condición natural de depredador para dejar de cazar en el bosque, incluso asumiendo que eso lo alejaría de sus congéneres (es decir, de los miembros de su especie). Los animales escuchaban embelesados la alocución de la gallina, que se fue viendo envuelta, a medida que avanzaba en su discurso, por un halo de respetabilidad y heroicidad. Ese día cambió definitivamente su vida. Desde entonces, Cocorota se convirtió en una referencia para la comunidad entera del bosque.

La acogida del lobo

En realidad, lo que más contribuyó a relajar a la mayoría de los animales fue saber que el lobo se había vuelto vegetariano. Sólo entonces se acercaron a saludarlo y algunos incluso le acariciaron la frente y la cola. El lobo no sabía qué decir. Estaba emocionadísimo. Aparte de su madre ─y de eso hacía mucho, mucho tiempo─ nadie más se había atrevido a acariciarlo. El abandono de los suyos porque ya no era como ellos y el miedo del resto de los animales lo habían convertido en un lobo solitario; en Curro el Solitario. Un lobo triste y aburrido, y, por tanto, un lobo malhumorado que se complacía asustando o se resignaba de esa manera. Un círculo vicioso: como nadie lo quería, no quería a nadie; como no quería a nadie, nadie lo quería. La gallina Cocorota rompió el círculo y el lobo Curro fue aceptado en la comunidad del bosque como miembro de pleno derecho.
A la caída de la tarde, los cachorros más atrevidos estaban guardando cola para poder montar a lomos del hermano lobo. Fue en ese instante cuando Curro comprendió que la felicidad, esa rareza que él creía quimérica (es decir, imposible) consistía en estar en paz consigo mismo y con los demás, en estar satisfecho con lo que se tiene y no echar en falta nada más, en disfrutar de la vida como si cada instante pudiera ser el último y consiguientemente valiera por todos. Y Curro se dio cuenta de que por fin era feliz.
Ni que decir tiene que la fiesta que había organizado nuestra gallina fue un éxito para el público y para la crítica (es decir, para todo el mundo). Los invitados, la organización, los proveedores de los productos consumidos, los músicos, los cocineros ─entre los cuales destacó Flora, la oca─; todo el mundo estuvo a la altura de lo requerido. Pero de lo que aconteció en la célebre Fiesta del Claro de la Luna Creciente el día de San Francisco de Asís ─que además coincidió casualmente con el día del santo del lobo─ tendré que hablar más detenidamente en otra ocasión, porque ahora está a punto de acabársenos el tiempo y todavía tengo que contar lo esencial, que es lo siguiente:
El comportamiento de la gallina en aquel ya famoso caso la hacía acreedora de entrar con honores en todos los clubes, y así lo hubieran querido todos los presidentes sin excepción. Pero había un obstáculo. Una norma no escrita ─pero conservada por la tradición oral desde tiempos inmemoriales─ establecía que nadie podía pertenecer a la vez a dos círculos. Mucho menos a todos al mismo tiempo. Tendrían que analizar con detalle para cuál de ellos había hecho más méritos, lo cual les podía llevar años de deliberación. Había dado pruebas más que suficientes de ser una excelente amiga, tener una paciencia ejemplar, ser empedernidamente altruista, tener una capacidad indomable para el amor al prójimo, ser creativa en la organización de eventos, ser compulsivamente generosa, sabia ─aunque no muy despistada, eso es cierto─ y más igualitarista que una ecuación. Así pues, ¿en qué club debía ser admitida con prioridad? Bien considerado, en todos, si eso fuera posible. Pero desgraciadamente no lo era.
Inesperadamente, dando un paso al frente, el lobo hizo la siguiente reflexión con el encantador timbre de voz que Cocorota descubrió en la gruta:
─Una comunidad que se precie debe organizarse según normas o leyes que incumben a todos sus miembros. Ahora bien, algunas veces, dadas las limitaciones propias de los animales, esas normas no son justas. Cuando las normas o leyes chocan con la idea de justicia, hay que cambiarlas o, por lo menos, suspenderlas en algunos casos. Yo creo que, dadas las características que reúne inusualmente nuestra amiga, no es justo que Cocorota no pueda entrar en más de una categoría a la vez. Por ese motivo, insto a la Asamblea a que tenga en cuenta la singularidad del caso y permita una excepción a la norma. Propongo que Cocorota sea admitida con honores en todos los clubes de la comunidad.
Los asistentes a la asamblea prorrumpieron en aplausos (es decir, aplaudieron repentinamente y con fuerza) para apoyar la intervención de Curro. Era evidente que todo el mundo estaba de acuerdo con la idea y así lo entendió el Consejo. Por unanimidad, se decidió aprobar la moción de Curro y nombrar a Cocorota Miembro y Presidenta de Honor de todos los círculos o clubes del bosque simultáneamente (es decir, al mismo tiempo). Ella, que aceptó con humilde orgullo el distinguido nombramiento, ha sido desde entonces la única en ostentar tan gran honor.
Amigos, esa sí fue una historia digna de ser contada. ¡Ya lo creo!